Este sábado, rayando el mediodía, me llamaron desde una emisora radial mexicana para preguntarme si estaba dispuesto a entrar en vivo en un determinado programa y comentar acerca de los rumores de la muerte o agravamiento de la salud de Fidel Castro.
El reclamo era para «ahorita”, lo que contrario al significado que tiene para nosotros los cubanos no era otra cosa que para ya, para ahora mismo. Acepté y escuché tranquilamente cómo hablaban del actor británico Boris Karloff hasta que llegó el tema Cuba.
¿Y qué les dije?
Pues que ellos mismos tenían la clave en sus manos al mencionar «rumores”. Rumores y más rumores, que nunca serán noticia en el periodismo serio y sí en el mundo de la farándula. Tan «condimentados” como siempre, que hasta corrió por la letra impresa el de un médico venezolano que desde Miami aseguró tener en sus manos el diagnóstico preciso por lo que atravesaba el Comandante. Por cierto las declaraciones de este médico, tan bien enterado que hasta cambió planes de vuelo del presidente Hugo Chávez, fueron tomadas por el Nuevo Herald a fin de aumentar las expectativas de la muerte de alguien que ha marcado las vidas de muchos de sus lectores cuya biología pide pista para el otro mundo.
El objetivo del rumor no apunta a la muerte física, que nos acompaña a todos por igual y es inevitable. Todos los grandes líderes, y Fidel Castro, duélale a quien le duela lo es, poseen dos vidas: la biológica y la de la huella que han dejado en la historia, ese antes y un después, y que supervive en la imaginación de los pueblos donde historia y leyenda se funden. A Fidel lo enterrarán con alegría miles de personas en el exilio, pero andará vivito y coleando en las ansias de millones y millones de los pretéritos que habitan el planeta.
Para no darle más vueltas: La salud del ex presidente es y seguirá siendo un verdadero misterio con la envoltura oficial de «Secreto de Estado”. Sin embargo siempre he dicho que su muerte será muy difícil de ocultar, que cuando máximo durante 48 horas se podría reservar la noticia. Más tiempo, imposible, dado el carácter del cubano, que no es muy dado a las reservas y sí a dar noticias de cualquier naturaleza.
En estos días y bajo los auspicios de tales rumores, algunos colegas de la prensa extranjera se han lanzado a las calles habaneras para preguntarle a la ciudadanía sus opiniones y pareceres. Me cuentan que las opiniones integran como la armazón de un abanico.
Una de las interrogantes más frecuentes en diversos medios es qué pasará con el deceso de Fidel y la respuesta, en mayoría de la gente, se resume en dos sílabas: nada. El país seguirá, agrego yo, con más cambios a partir de los iniciados en vida de Fidel Castro con quien han sido consultados y consensuados. ¿Acaso no fue él quien aún al frente del gobierno llamó a cambiar todo lo que deba ser cambiado?
Fidel es tan importante que a cada rato hay que matarlo o «morirlo”. Todavía en activo y en plenitud de facultades, a cada rato lo enviaban al camposanto. Fue él mismo quien en una ocasión dijera que cuando eso realmente ocurriese pocos lo iban a creer.
Es lo que va a ocurrir, salvo que llegue por un canal oficial.
Por Aurelio Pedroso