Despertar ternura y motivar esperanza ante la virtud, a través de un personaje de la vida real, devenido en inspiración de jóvenes creadores, que más allá de su talento, se fusionaron en un espectáculo que dejará huella en el musical cubano, por mostrar una estética artística y humana necesaria para todos, resultan ser los principales logros del estreno del “El Caballero de París” el musical de Cuba, que tuvo lugar este jueves en el teatro Karl Marx.
Kelvis Ochoa y Descemer Bueno, demostraron su versatilidad, una vez más, no solo como intérpretes sino como compositores, pues asumieron el reto de hacer la música, en la que no faltaron ritmos como el rock, el pop, el mambo, el son, la guaracha, la conga y el blues, para la puesta del prestigioso coreógrafo del Ballet Nacional de Cuba Eduardo Blanco, quien a su vez seleccionó rigurosamente, a un cuerpo de baile conformado por 29 integrantes de variadas compañías danzarías, incluyendo dentro de ellos, a dos niños.
Al elenco se sumaron importantes músicos, como Nam San Fong en la guitarra eléctrica, acústica y el tres, William Roblejo al violín, Jorge Aragón al piano, Yissy García en la batería, por solo citar algunos ejemplos. Todos, bajo la dirección musical de tecladista Esteban Puebla y Coro Diminuto dirigido por la maestra Carmen Rosa López, interpretaron música con el corazón, algo que el público siempre agradece.
Magia, colorido, poesía hecha danza y canción, conforman este espectáculo que llama a la reflexión y que posee la cualidad de fusionar importantes individualidades y talentos de la música y la danza, en función de tributar honores a ese hombre leyenda que transitó por las calles habaneras dejando su impronta en miles de cubanos de varias generaciones.
Alberto González, en su rol protagónico, asume el desafío, despertando en cada paso y movimiento danzario, la pasión. Con su fuerza y actuación convence, pues se entrega al hechizo de un personaje que se debate entre la irracionalidad y la cordura, dejando la certeza en el público de que él es, “El Caballero de París”.
Las bailarinas Lilianet Buquet y Wendy Ferrer, la primera, como novia del protagonista y la segunda formando parte de la historia, se destacan por su domino escénico y depurada técnica.
Los integrantes del cuerpo de baile ocupan su espacio, su protagonismo, con la seguridad de la importancia que posee el trabajo en equipo. Es por ello que demuestran su profesionalidad al lograr en cada una de las escenas uniformidad y belleza en sus movimientos.
Mención obligada, resultan las actuaciones de los niños Chris Gómez de 11 años y Roque S. Rodríguez de 12, pues además de sorprendernos con su talento se integran a la puesta con gran seguridad y destreza.
Once escenas, en las que también hay espacio para el audiovisual que introduce al público en esta historia, donde el hilo conductor es el sueño de un niño que queda impactado por la leyenda de un hombre al que llamaban “El Caballero de París”, van recreando, a través de coreografías novedosas y de una música de logra ocupar al igual que la danza dimensiones extraordinarias, la verdadera esencia de este hombre que tal como aparece en su historia para unos, resultó ser un vagabundo y para la mayoría, un hombre sencillo que más allá de su pelo largo y su capa negra, dejó su impronta en la sociedad cubana, por su sabiduría y alto grado de bondad, respeto y amor hacia los niños.
El equipo técnico y de producción se integró a la esencia del Caballero y ambos también hicieron arte. Unos en el diseño de luces y en la conformación de la escenografía, otros con su detallada profesionalidad asumiendo el sonido, el vestuario la fotografía, cuidando cada entrada y salida al escenario a favor de un resultado meritorio que ya es incuestionable dentro de las artes escénicas del país.