Normal
0
21
false
false
false
ES
X-NONE
X-NONE
/* Style Definitions */
table.MsoNormalTable
{mso-style-name:»Tabla normal»;
mso-tstyle-rowband-size:0;
mso-tstyle-colband-size:0;
mso-style-noshow:yes;
mso-style-priority:99;
mso-style-qformat:yes;
mso-style-parent:»»;
mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt;
mso-para-margin-top:0cm;
mso-para-margin-right:0cm;
mso-para-margin-bottom:10.0pt;
mso-para-margin-left:0cm;
line-height:115%;
mso-pagination:widow-orphan;
font-size:11.0pt;
font-family:»Calibri»,»sans-serif»;
mso-ascii-font-family:Calibri;
mso-ascii-theme-font:minor-latin;
mso-fareast-font-family:»Times New Roman»;
mso-fareast-theme-font:minor-fareast;
mso-hansi-font-family:Calibri;
mso-hansi-theme-font:minor-latin;}
Ninguno de nosotros está totalmente blindado ante las seducciones capitalistas, ante los atractivos del individualismo, ante la tentación del acomodamiento o la indiferencia ante el sufrimiento ajeno y las carencias colectivas.
Todos estamos permanentemente sujetos a las influencias nocivas que satisfacen nuestro ego y tienden a inmovilizarnos cuando se trata de correr riesgos y poner en jaque el prestigio, el dinero y el poder. La corrupción es una hierba dañina inherente al capitalismo y al socialismo. Nunca habrá un sistema social en el que la ética destaque como virtud inherente a todos cuantos viven y trabajan en él.