En su insistente –e inútil– búsqueda por revestir su gobierno de legitimidad, Michel Temer, presidente gracias al golpe institucional del año pasado, decidió invitar al papa Francisco a realizar un viaje oficial a Brasil. Logró oír un delicado pero rotundo ‘no’.
Ignorando las buenas reglas de la diplomacia, pese al altísimo nivel del cuadro de diplomáticos de que dispone a sus órdenes, Temer decidió, sin el protocolar sondeo previo, anunciar que había invitado formalmente al papa Francisco. Algunos de sus asesores deben de haberlo convencido que recibir al pontífice en el país que se jacta de ser la mayor nación católica del mundo sería un baño insuperable de legitimidad.
Bueno: como respuesta, recibió una carta, igualmente formal, aduciendo cuestiones de agenda para no aceptar la invitación.
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