Bajo el título de Encuentros, las recientes presentaciones de la compañía cubana, hipnotizaron al auditorio con las redes artísticas lanzadas por los afamados creadores evidenciando una manera particular de enfrentar el movimiento y traducirlo al Arte.
Con las piezas Lost in dance y Mil años después, del coreógrafo/bailarín japonés Saburo Teshigawara, y Paysage, soudain, la nuit, de Pontus Lidberg (Suecia) –director de cine, coreógrafo y bailarín-, plenas de proposiciones artísticas, la compañía Acosta Danza «armó» su sexta temporada, que pasó, recientemente, por la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.
Bajo el título de Encuentros, estas presentaciones –que celebraban el aniversario 120 de la migración japonesa a Cuba-, hipnotizaron al auditorio con las redes artísticas lanzadas por los afamados creadores, evidenciando una manera particular de enfrentar el movimiento y traducirlo al Arte, en el que esbozaron un saber plantear ideas mediante el cuerpo, con la formulación de las dinámicas y los fraseos pertinentes para sacudirnos a todos.
Pontus Lidberg llegó, por primera vez a Cuba, en el 2014 para participar en el 24to. Festival Internacional de Ballet de La Habana, con su compañía Pontus Lidberg Dance. Con cuatro piezas cautivó al público cubano, y sorprendió por los significados de sus mensajes. Ahora regresó para montar con Acosta Dance, Paysage, soudain, la nuit (Paisaje, de repente, la noche). Buscando la cubanía, esa que Carlos Acosta le pidió tuviera su coreografía, encontró la magistral obra de Leo Brouwer: Paisaje cubano con rumba, (1985), sobre la cual se basó el músico sueco Stefan Levin, para componer este tema, con una sonoridad más contemporánea, y también se inspiró.
Escoltada por música idónea, un diseño de luces cautivante (Karen Young), y mínima escenografía, creada por la artista plástica cubana Elizabet Cerviño (una instalación de güines) sembrada en lo profundo de la escena, Paisaje… dialogó con lo cubano desde el ritmo, el gesto, la acción –dibujada por la compañía, a la que se unieron el bailarín invitado David Lagerqvist y el propio Lidberg. De un especial colorido permeó la escena su diseño coreográfico, en el que emergió una síntesis magistral de ideas, que siempre lo acompañan, expresado en una ininterrumpida secuencia de eficaz teatralidad, coherencia coreográfica, organicidad plástica, sentido del espacio y evocación de muchas artes… Además de explotar el sentido dramático de los movimientos/gestos, que traduce en los bailarines, donde se confirma una preparación física extrema que los nutre, amén de esa mezcla de lo clásico/contemporáneo, algo muy cercano al decir creativo del propio Lidberg.
FASCINACIÓN A LO TESHIGAWARA…
Con dos piezas: Lost in dance (Perdido en la danza) y Mil años después, uno de los grandes de la danza contemporánea, el célebre coreógrafo y bailarín nipón: Saburo Teshigawara conquistó al público cubano, en su debut en Cuba. Colega de William Forsythe y Jiri Kylian, es, además, un artista visual que diseña escenografía, vestuario y luces, para adentrarnos en un mágico espacio de la mano de su original lenguaje coreográfico, contemporáneo, y al mismo tiempo deudor de las mejores tradiciones de su país, amalgamadas con el presente.
Lost in dance subyugó. Cámara negra, trajes negros en el que solo quedan desnudos cabeza y manos de la bailarina Rihoko Sato y él, bailarines que dominan cada milímetro de sus cuerpos, son suficientes para deslumbrar por el juego de luces/sombras y reflejos al que están sometidos. En esa zona, donde se inmiscuye magia, misterio, originalidad y misticismo, dibujan, con ágiles y certeros movimientos de manos, brazos y torsos, el espacio, traspasando las fronteras entre vigilia y sueño. A ello se suma la Sonata para piano No. 18 en Sol mayor, de Franz Schubert, que realza la fascinación por su obra.
Mil años después es poesía visual, un canto al tiempo, y a la nostalgia de volver a vivir otra vez, idea rectora que recrea con los miembros de Acosta Danza. Teshigawara maneja una suerte de batuta invisible con la que sitúa a los danzantes en climas oníricos. Sensaciones, símbolos, imágenes, nacidas en su mente, y que ahora posa en los bailarines, donde aparecen y desaparecen de la escena, moviéndose, al ritmo/forma de su vocabulario original.