Entre los jóvenes que practicaban el nuevo deporte se evidenciaban las ansias de renovación, de cambios adecuados a los tiempos que estaba viviendo la nación y el mundo de una forma más general. El régimen español sobre Cuba tenía muchos detractores, pues el atraso que imprimía el colonialismo a la Isla se hacía cada vez más evidente, era necesario un giro en la vida económica, política y social de la Isla y en este sentido el béisbol refleja esa necesidad urgente que demandaba la sociedad, pues representaba lo nuevo, lo moderno, lo adelantado, una forma de ser menos españoles y quebrantar las leyes impuestas por la metrópoli. El béisbol fue entonces, reflejo de una forma de pensamiento extendida en la sociedad y va más allá de un simple deporte para convertirse en un símbolo que expresa la necesidad de una época histórica.
Esto explica que, al estallar la guerra, muchos de estos jóvenes vinculados al béisbol se incorporaran al Ejército Libertador. Entre los años 1895 y 1898 no se jugó pelota en Cuba, pues los implementos deportivos fueron cambiados por las armas de combate y muchos peloteros partieron a la manigua, entre los más conocidos debemos mencionar a Alfredo Arango, Ricardo Caballero, Carlos Macia, Leopoldo y Pedro Matos, José Dolores y Manuel Amieva y Emilio Sabourin. Otros partieron al exilio y regresaron en expediciones para incorporarse a la lucha como Agustín Molina, y algunos se quedaron en Tampa y Cayo Hueso donde escenificaban partidos de pelota con el fin de recaudar fondos para la insurrección en Cuba.
Entre los primeros y más conocidos clubes de béisbol se encontraban el Habana y el Almendares (nótese que ambos son nombres muy cubanos), cuyas luchas simbólicas y encarnizadas conformaron también una manera de expresar la retórica nacionalista. Para el imaginario popular, el Habana estaba formado en su totalidad por hombres liberales, simpatizantes del separatismo o del autonomismo; y el Almendares por su membresía aristocrática y elitista era considerado afín a los intereses metropolitanos. Obras de teatro bufo, ya en esa época hacían alusión a la pelota y a los enfrentamientos con tintes políticos entre los dos afamados clubes.
Nuestro Héroe Nacional José Martí no estuvo ajeno a lo que él siempre llamó el “juego de pelota”. Una primera evidencia lo constituye una fotografía de Martí junto a María Mantilla, José María y Praxedes Sorzano, Pilar Correa e Isabel Mena presenciando un partido de pelota en Long Island. Se conoce también de la presencia del Apóstol en un encuentro de pelota escenificado en Cayo Hueso entre un equipo llamado Cuba y uno norteamericano con el objetivo de recaudar fondos para la causa independentista en la Isla. En este desafío el patriota cubano Agustín ¨Tinti¨ Molina disparó un enorme jonrón y al finalizar el encuentro Martí pidió conocer al héroe del partido, al que le habló entusiasmado de que aquel triunfo de los cubanos en la pelota era un buen presagio para la lucha que se iba a iniciar en Cuba.
Martí se refiere en otras ocasiones a la pelota durante su estancia en Estados Unidos, criticando el mercantilismo que se desataba en torno a este deporte dentro de aquel país, pues conducía a la pérdida de sus valores esenciales como deporte.
Una vez iniciada la contienda del 95 contra la dominación colonial resulta interesante constatar que muchos de aquellos jugadores de pelota que tan ardorosamente habían defendido sus respectivos clubes marcharon al campo de batalla o al exilio, por lo que abandonaron su rivalidad deportiva, así como trocaron los bates, guantes y pelotas por armas y caballos del Ejército Libertador. Esa zona secreta de la cultura cubana que comenzaba a ser el béisbol, por encima de cualquier fanatismo o intolerancia, demostró en la práctica su condición excepcional de agente aglutinador de un imaginario y una voluntad nacionalista, que se empañaba en ir contraria a los intereses españoles y que defendía el latente deseo de conformar la nación a través de la defensa de los más profundos intereses nacionales.